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Para EntreVistArtista Rafael R. Costa



"Soy Valdemar Canaris, un personaje de novela cuya historia concluyó y ahora deambula buscando una página que llevarse a la existencia. El escritor que me creó enseguida terminó su trabajo y se entregó a otros personajes más dichosos cuyas vidas repiten cada vez que son leídos. Quedé olvidado, debajo de un montón de manuscritos inéditos, en el último rincón de su biblioteca, cerca de un mapa. Pero en noches como esta saldré de ese limbo inédito, a espaldas de la literatura, necesito vivir mientras me escriban, me alimento de la imaginación, y sé que tú, otro personaje, también huyes de esa cárcel de la creación. ¿De qué novela has escapado para estar aquí?"


Valdemar Canaris
Madrid, mayo 23 de 2008



 




¿Quién es Valdemar? Valdemar Rafael Canaris Rodríguez Costa; Valdemar Canaris, Rafael Rodríguez Costa. Tentado estoy de decir que es una sombra; pero este es un tópico que en nada hace justicia al artista. Sería más ajustado decir que Valdemar es la palabra. In principio erat Verbum. “En el principio fue la Palabra”, y es de palabra la esencia de Valdemar; probablemente de todos; pero en él esa característica se hace evidente, palpable casi en su inasibilidad. ¿Conozco a Rafael? Sin duda ¿alguna vez le he visto? No. ¿Alguna vez he hablado con él? No. ¿Sé cual es su aspecto físico? He visto alguna foto y un vídeo de youtube; pero mentiría si dijera que soy capaz de reconocerle si me lo cruzara en la calle. ¿Y entonces?

Romperé una de las reglas de los prólogos y hablaré de mí. Mi primer contacto con Valdemar fue un comentario suyo en algo que yo había escrito y colgado en un blog. A partir de ese comentario visité su blog y leí lo que en él había. Me sumergí primero en sus sonetos; luego en sus otros poemas, luego en sus relatos y en sus “poemas ilustrados”. Valdemar iba cobrando forma, consistencia; y era solamente un avatar de corte romántico (un hombre con bigote) y unas palabras. Palabras suyas en su blog, palabras suyas en el mío; palabras suyas en otros blogs. ¿Existía fuera de aquellas palabras? Como todos los misterios tenía que ser resuelto, pero se resistía a ello. Valdemar Canaris no dejaba pistas más allá de lo que ya conocía. Era un poeta, era un escritor, era un artista; pero nada podía averiguar sobre él aparte de lo que iba dejando entrever en su obra virtual.

¿Y qué tipo de artista era ese Valdemar desconocido? Era un sonetista; un sonetista de imágenes originales y ritmo perfecto. Escribir un soneto es mucho… si se consigue que sea un auténtico soneto, lo que va más allá de la rima y de los acentos; si se consigue que el soneto suene en los oídos con una cadencia tal que cada verso sea complemento imprescindible del que antecede y adelanto esperado del que le sucederá; si se logra que las palabras alcancen el punto justo entre la originalidad y la extravagancia. Leía y releía los sonetos de Valdemar y los admiraba como obras de relojería, puzzles perfectos, miniaturas preciosas que escondían un mundo.

Que escondían un mundo, porque lo que el poeta escribe nunca puede ser más grande que lo que el poeta es; y en los sonetos de Valdemar se advertía un mundo lleno de sensibilidad y, sobre todo, lleno de amor; amor en el sentido más amplio en que pueda usarse la palabra; no solamente amor carnal (que también) sino también amor fraterno, amistad, honradez (que también es amor), bonhomía y empatía, palabra esta última que convendría rescatar de los manuales de autoayuda y devolverla a la urna de las más altas cualidades de las que puede gozar un ser humano.

Sin duda Valdemar es poeta porque es capaz de trasladarnos ese rico universo que lo llena. Sin ese universo las palabras están huecas; sin palabras ese universo es un puro ejercicio solipsista. El poeta surge cuando ese universo se transmite a los demás, se comunica, se pone en comunidad, y Valdemar sin duda tiene ese don.

Para mí lo primero de Valdemar fueron sus sonetos; pero pronto descubrí también sus otros poemas. Rima libre, ritmo libre y una muy sugerente utilización de los versos largos. Las imágenes se desbordan y se encabalgan; en ocasiones (como ha desvelado el propio Rafael) utilizando la escritura automática con resultados siempre sorprendentes. Leyendo a Valdemar se me ocurrió que el escritor que lo es de verdad nunca inventa nada, sino que en cada poema, en cada relato, en cada novela, se limita a decidir qué parte de su mundo interior, ese que tan solo él conoce, muestra a los demás. En ocasiones, incluso, sin saberlo. Recuerdo un poema suyo que me gustó especialmente. Hablaba de un amor desgraciado y en alguno de los comentarios que añadió en la entrada en que lo publicaba explicaba que cuando lo escribió ni siquiera estaba enamorado ¿seguro, amigo Valdemar? Yo diría que en ese mundo interior el propio artista es tan solo un huésped y en ocasiones ni él mismo se da cuenta de la inmensa riqueza que extrae de él. “Son baratijas”, quizás piensa el minero que muestra a sus amigos los diamantes que acaba de arrancar de la tierra.

Los poemas de Valdemar no dan tregua al lector que se siente desde el primer verso transportado a un mundo diferente en el que debe dejarse arrastrar por el torbellino de imágenes, de palabras, de sentimientos que van madurando y quebrándose en una o dos docenas de versos. “La mujer pantera”, “Las botas de Joe Buck” y “La trampa de Venus” son de mis favoritos… y es tan difícil encontrarlos. Le he robado uno que he guardado en el disco duro de mi ordenador. Es un poema exuberante de más de mil trescientos versos del que ni siquiera conservo el título; es como esas epopeyas perdidas y encontradas que abren la puerta a mundos desvanecidos hace siglos. Y como todo lo de Rafael ¡es tan difícil de hallar!

Un día Valdemar borró su blog. Desapareció. Llegar a su página como cada noche y verla vacía fue desolador. Se había ido. Entendía, sin embargo, que así debía ser. Valdemar es palabra; pero aunque sea caer en el tópico es también sombra. Dicen que los antiguos egipcios destruían voluntariamente sus templos al cabo de un tiempo, marcando así quizás el carácter efímero de todo. En este sentido la destrucción es también un acto creador: construir un mundo para darlo a las llamas. Puede parecer puro negativismo; pero creo entender que en ello hay también una metáfora del necesario despojarse que lleva siempre a la perfección. Dejar huellas en la mar, en el aire. Valdemar opta por lo más difícil que, a la vez, es lo más auténtico. Valdemar es un viajero y como todos los viajeros no puede permanecer mucho tiempo en puerto ¿hay algo más triste que esos buques que vemos siempre amarrados en el mismo lugar del muelle? Año tras año nos los encontramos amurados y balanceándose como viejas achacosas, atados en la misma posición, privados de su ser natural por un artificial y prolongado descanso. Valdemar nunca será de esos y, por tanto, ha de continuar viaje, como lo continuó el inolvidable Shane de “Raíces Profundas”. Creo que todos los que le seguíamos éramos en aquellos días el niño que al final de la película grita “Vuelve”, sabiendo que no volverá… al menos de momento.

Valdemar es también novelista, autor de obras también difíciles de encontrar. Aquí sí que tengo la sensación de perseguir una sombra. Supe por casualidad que había escrito una novela titulada “El niño que quiso llamarse Paul Newman”, nunca la encontré; pero aquí dejo el comienzo de la reseña que le hizo Jesús Ortega en su blog de La Comunidad de El País:

“Un feliz azar me llevó a la novela de Rafael Rodríguez Costa. Cuando la tuve en las manos fue como si hubiera hallado un tesoro escondido o penetrado en el umbral de un secreto. Si ya me pareció extraordinario encontrarla, pues no parece haber librería en el mundo que sepa de su existencia, figuraos la emoción que me produjo su lectura al darme cuenta en cada página, en cada párrafo, en cada palabra, entre incrédulo y tembloroso, que allí había una novela magnífica. Su título: El niño que quiso llamarse Paul Newman. La novela existe, no me la he inventado. Recibió el Premio Onuba en 2005. Su distribución ha sido escasa y me temo que ceñida a la provincia de Huelva. Una parte de mí quisiera apropiársela, como descubridor del tesoro; la otra, gritarlo a los cuatro vientos, para que se sepa.”

¿Es o no es cierto que Valdemar y el misterio son consubstanciales? Me atrevo a creer que parte de ese misterio tiene que ver con la consciencia de la función del artista a la que me refería antes, y otra parte viene incluso de más adentro; y es que la generosidad de Rafael le lleva a volcarse en los demás, quizás más incluso que en sí mismo. Sus comentarios en diferentes blogs de El País son muestra de una sensibilidad y un cariño que es difícil o, casi diría, imposible de hallar. Con frecuencia los comentarios son auténticas obras de arte en los que no duda en incorporar ideas, desarrollos o, incluso, poemas, que otros se guardarían para si o para medios más perdurables. Rafael no es así, Rafael da lo que tiene al viento si hace falta; da sin preocuparse por el retorno, da con gratuidad; lo que no solamente es inusual sino casi milagroso. Recuerdo varios maravillosos comentarios de Rafael, algunos en blogs que llegaron a ser muy queridos para mí, como el de “Rosa Niña Guerrera”. Valdemar anima, alegra, construye; nunca escribe con el resabio del que quiere mostrar sus dotes literarias a costa de quien ingenuamente ha lanzado a la red sus perfectibles balbuceos. No mentirá, no dirá que le gusta lo que no le gusta; en su caso callará y aguardará una ocasión, por pequeña que sea, para poder derramar su entusiasmo sobre los demás. No solamente es un gran artista sino que es una persona buena en el mejor sentido de la palabra.

Sirvan estas palabras para dar testimonio de mi gratitud y admiración por uno de los pocos artistas de verdad que he conocido y concluyo con un poema que, creo, le encaja perfectamente:
 
Poeta con bigote
Un poeta en un claustro universitario ¡qué extraño! Todos se fijan un momento en un hombre con bigote. Y el poeta piensa que pensarán que tiene respuestas y se ríe porque sabe que tan solo es perito en aire, doctor en nada o lo que es lo mismo: sabio de verdad.

 
Rafael Arenas García | Santa Perpètua de Mogoda
(Barcelona, España), 24 de septiembre de 2011.



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